* Esta tradición de los sones se renueva año con año en Tempoal, desde sus inicios, a principios del siglo XX
En el camino que lleva a la salida de Tempoal, pasando por el barrio Ricardo Flores Magón, las farolas alumbran el lento caminar de don Lucio García, quien a sus 86 años de edad, esgrime su violín y aguarda en el paradero de los taxis el transporte que lo llevará hasta el barrio del Rastro, donde otros soneros más jóvenes le esperan para ensayar y afinar los últimos compases previos a la presentación de la Comparsa del Rastro en la tarima situada frente al palacio municipal de Tempoal, los días 31 de octubre, 1, 2 y 3 de noviembre.
Don Lucio lleva toda su vida participando en la fiesta de Xantolo, primero, danzando en las viejadas de su barrio, a las cuales “uno se compromete durante siete años. Si tú bailas un año, tienes que bailar siete años seguidos… y si te pasas de los siete años, tienes que hacer otra vuelta”. Él bailó los primeros 14 años de su vida activa en el Xantolo.
Se inició en la viejada a los 10 años de edad y fue creciendo con ella, observando los cambios junto con sus amigos de la infancia y juventud; ahora, casi todos los de su edad han muerto, ya sólo puede convivir con ellos cada año en la conmemoración de los difuntos.
“Ya sólo queda otro de mi edad, pero aunque tiene gusto por la fiesta, ya no puede” comenta mientras espera a que se congreguen los participantes de la comparsa para efectuar el último ensayo de la temporada.
En la pequeña calle del barrio del Rastro, la esposa del Empresario, que es la que organiza verdaderamente a la comparsa, ha dispuesto unas bocinas y un equipo de sonido para el ensayo; de fondo, las grabaciones de varios sones hacen recordar a don Lucio y su amigo don Pedro Jonguitud los tiempos buenos, cuando las presentaciones frente al palacio no se hacían en la tarima que ahora hace tronar los remates de los zapateados. “Antes, no había ni cemento, era pura terracería y se levantaba duro la polvareda. Ahora ya todo es más moderno”.
Cuando don Lucio cumplió 14 años de bailar en la viejada, decidió dedicarse en serio a la interpretación de los sones que le dan cuerda a la danza y se especializó en el violín. Ahora, la memoria le juega un baile en el dato preciso y ya no recuerda si lleva 60 ó 70 años tocando los sones más tradicionales. ¿Qué más da los años que sean? Lo importante es que con tantos años de experiencia no se le escapan los 70 u 80 sones diferentes que existen en la región.
Claro, unos son más del gusto de la gente que otros; unos son más viejos que otros, pero cada uno de ellos tiene personalidad propia, se acompañan de diferentes pasos y cadencias distintas; unos tienen letra y otros pura música e incluso, cuando la letra lleva el sonido algunos se cantan en náhuatl y otros más en la lengua de Castilla, y si lleva gusto, el son hasta se canta en ambas.
“Antes era más bonito porque había hasta decimeros que eran hábiles para componer en el momento. Todos nos atacábamos de risa allá en el parque”.
Ahora ya no se hacen décimas pero muchos han escrito nuevos sones y es fácil reconocerles: los sones viejos tienen nombres que hacen alusión a animales, como El zopilote, La polla pinta o La patita, a situaciones propias del campo como el son del Tamarindo verde o el del Trote del macho; los nuevos llevan incluso el nombre del barrio que representan.
Sin embargo, esta sinergia entre las diferentes generaciones de participantes nutre esta tradición que en Tempoal se renueva año con año desde su fundación a principios del siglo XX.
A la par de don Lucio García, maestro ejecutante del violín, se suman nuevos músicos y promotores de las comparsas, como el joven Javier Navarrete quien reconoce que, pese a la lista –al parecer, interminable- que se tiene de los sones, existe un número específico de sones tradicionales que se añaden a los antes mencionados: Los matlachines de Tempoal, Cada quien la suya, El cuatro pasitos, El agachadito, Los arcos, El cuatro vueltas, Los enanos y El tapado consolidan el tronco común de este cúmulo de tradición musical que engalana la invisible atmósfera de la fiesta de Xantolo.
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