* La intensa actividad del CAI permite impulsar, fomentar y difundir la cultura totonaca a otros países
* “Ya conozco Australia, Nueva York y otros lugares de México, y me llena de alegría, me impresiona ser el centro de atención en otro país, gracias a mi cultura”, dice Marcelo, un jovencito volador
“El Kantiyán es un vivero donde se está reproduciendo la semilla de la nueva juventud; donde inculcamos el respeto, desde el saludo, sobre todo a los niños, porque queremos que cuando sean grandes tengan nuestra cultura, con todo lo amplia que es, que no muera”, expresó Guadalupe Simbrón García, uno de los 12 abuelos del Consejo de Ancianos, que transmite su sabiduría de forma oral a los niños y jóvenes en el Kantiyán.
En los libros no viene lo que hacemos, y las cosas aquí se aprenden no de la noche a la mañana, lleva años, comentó acerca de las actividades que se desarrollan en este recinto, donde hombres y mujeres, expertos en temas torales de la vida, de manera oral, transmiten sus conocimientos a las nuevas generaciones.
“Estamos contentos porque viene gente de todo el mundo, y nos sentimos orgullosos porque lo que se hace en esta casa se conoce en todo el mundo, gracias a la Unesco”. En Cumbre Tajín, dijo, los visitantes tendrán la oportunidad de conocer de cerca un abuelo totonaco.
El Centro de las Artes Indígenas (CAI), Patrimonio Inmaterial de la Humanidad, continúa su labor para preservar y difundir la cultura totonaca en México, en América y en el mundo. En el seno del Parque Temático Takilhsukut, el centro atrae la atención de manera particular hacia dos casas: el Kantiyán y la Casa del Volador, espacios que se han convertido en insignia de la cultura del Totonacapan para el mundo.
Al llegar al Kantiyán, la Casa Grande, la de los sabios o abuelos, sede del Consejo de Ancianos, adultos mayores elaboran estrellas de carrizo, conversando entre sí, con respeto y paciencia. Hombres de blanco a la usanza guagua: pantalón de manta blanco, anudado en el tobillo y botines negros. Trabajan en una enorme estrella ornamental.
Las actividades que se realizan ahí son diálogos enfocados a analizar, conocer y difundir temas incluso filosóficos que permitan el fortalecimiento y supervivencia de las costumbres y tradiciones. “Aprender y conocer las palabras es importante, hay sagradas, orientadoras, informativas y toda esa carga es importante para conocer la cultura”, dice el coordinador del Kantiyán, Miguel Juan León.
En este espacio, de techo de palma, piso de tierra y cañas de bambú, se mantiene el fresco en medio del calor del mediodía. Un altar con ofrendas inspira respeto y tranquilidad a quienes entran. Adornos de colores penden del techo y al centro. El abuelo habla. Voz sin altos y bajos. Uniforme. Es la paz de un hombre de bien, que nos despide amablemente.
El trabajo con el carrizo continúa; de nuevo, el totonaca se apodera del ambiente, la conversación revive. Es mediodía. Al fondo, el barullo de voces de jovencitos nos indica dónde está la Casa del Volador.
Al llegar, un grupo nutrido toma clases con el profesor Cruz Ramírez Vega, quien instruye a los jóvenes para ser voladores. No es una actividad que se aprenda en meses. Son años de entrenamiento, de aprendizaje, desde cortar el palo volador, arrastrarlo, ponerlo de pie, asegurarlo. “No se lleva ni uno ni dos años, se lleva como 15, para que los jóvenes aprendan bien lo que significa y lo que implica ser un volador, sus valores y principios”.
Para ser volador, el alumno tiene que ser un joven respetuoso, amable “que él mismo se dé a respetar, porque al hacerlo, los demás lo respetarán”, dice el profesor en medio de una clase en la que todos los jóvenes están sentados en bancas de madera dentro del aula, una choza de caña de bambú, palma y piso de tierra.
Entre el grupo destaca Marcelo Ramírez Santos, quien a sus 22 años, ha viajado por diversos países para dar a conocer el rito de los voladores y la cultura totonaca. “Entré al parque hace como siete años, he aprendido mucho aquí en el parque temático, en las danzas, en el vuelo, en el totonaco, y es la cultura la que me ha llevado a conocer lugares dentro del estado, el país y en el mundo”, dice con aplomo, orgulloso.
“Ya conozco Australia y Nueva York y otros lugares de México. Me llena de alegría, me impresiona ser el centro de atención en otro país, gracias a mi cultura”.
Otros tantos como Marcelo buscan el éxito, se empeñan, estudian y respetan a sus mentores. El Centro de las Artes Indígenas ha logrado un éxito importante al atraer la mirada del mundo, al ser un nuevo semillero de jóvenes que darán también un nuevo impulso al Totonacapan, tierra orgullosamente veracruzana.
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